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◖ 26 ◗  

VÍKTOR.

Recuerdo aquel día como si hubiese sido ayer.

Mi estado de ánimo era el mejor que hubiera tenido desde hacia meses; estaba feliz, sonreía y saluda a cada persona que se me cruzaba en frente y ni siquiera sabía la razón. Pero había algo en el aire que me decía que estaba a punto de suceder lo que hacia días esperaba, una sensación de que algo bueno estaba a la vuelta de la esquina esperando a que lo encontrara.

Y yo estaba dispuesto a mover cielo y tierra por hallar mi paz y serenidad personal.

Iba caminando por el pasillo del primer nivel rumbo a la oficina de Léonard, quería saber si habían avanzado con el tratamiento de Alejandra o si, en las peores de las circunstancias, había ocurrido algo que nos hiciera pensar que esa nueva recaída solo empeoró las cosas para ella. Honestamente esperaba que fuera lo primero, ya no quería recibir malas noticias y que arruinaran el buen humor con el que me había despertado aquella mañana. 

Aunque debía que aceptar que no tenía deseos hablar con él, muchos menos meter a Cabrera en la conversación porque, de cierta forma, sentía que esa era su debilidad. No sabía por qué pero Léonard parecía haberse aferrado tanto a ella que eso me molestaba, no la dejaba tranquila y pensaba que constantemente tenía pensamientos morbosos relacionados con ella y eso hacia hervir mi sangre a un nivel que nunca antes había sentido. Aun así, tenía que evitar a toda costa que cosas así me afectaran, primero lo que primero; averiguar cómo estaba la paciente y luego dejar que mi imaginación volara y que las imágenes negativas que ésta creaba me carcomieran la cabeza.

Respiré profundo centrándome únicamente en mi misión.

Sabía que Ferrer sería la única persona que me diría lo que necesitaba saber sin poner peros. A diferencia de Ed, quien no me lo contaría por más que su vida dependiese de ello ya que nuestra comunicación era casi nula y nuestro trato siempre había sido algo áspero y muy amargo.

La mínima amistad que supuestamente teníamos, se desvaneció como por arte de magia y eso, en vez de molestarme o afectarme, me favorecía. Dentro de ese edificio no necesitaba amigos, solo alguien que me diera las respuestas que quería. Al final de cuenta, el mundo entero estaba repleto de hipócritas y no me hacia falta estar rodeados por ellos más de la cuenta. Dejaría que el recolector de la falsedad se hiciera cargo de juntar a todas las personas mojigatas y se las llevara con él, muy lejos de mí.

Quería creer que todos teníamos una justificación para pensar de diversas maneras, el hecho de que yo no quisiera tener amigos no significaba que hubiese sufrido de alguna traición por parte de alguien especial, más bien era porque había crecido en un orfanato y eso me había afectado más de lo que querría aceptar. Si mis padres me habían abandonado, ¿Quién me aseguraba que otros no lo hicieran? Si los niños que se me habían acercado solo lo hicieron por interés, ¿Quién podría decir que no lo harían una vez más pero, en esa ocasión, siendo adultos? A veces, lo mejor que podías hacer era no confiar en nadie y querer menos, entre más chico fuera tu círculo afectuoso, más ventajoso sería para ti. Tendrías menos preocupaciones por pensar en si te podrían fallar o no... podrías ser libre del constante pensamiento del si seguían contigo por lealtad o simplemente porque no les quedaba de otra.

Los momentos más duros de mi niñez me enseñaron a confiar solo en mí porque en mis manos estaba el poder de continuar, nadie más vería por mi seguridad y salud ni aunque se lo pidiera de rodillas. Por esa razón prefería hacer las cosas por mi cuenta, sin pedir ayuda pero por supuesto que en alguna situación no hallaba salida y debía requerir del apretón de una mano amiga. Pero claro estaba que era inteligente y sabía en quién apoyarme y en quién no.

Eso también me llevaba al hecho de que no soportaba estar con muchas personas a la vez, solo podía oír una voz y tratar de dialogar antes de  sentir que me sofocaba. Sabía que lo único que me obligaba a ser sociable era mi trabajo porque, si no fuera por eso, a esas alturas hubiese estado muy lejos de esa ciudad ¿Tal vez en un lugar montañoso? Alejado del ajetreo civil. Podría decir que, así como había gente que era intolerante a la lactosa, yo era intolerante a la muchedumbre.

Solo había una persona que me importaba en realidad, y no estaba cerca de mí... no como quería al menos.

Tomando otra bocanada de aire, alcé mi brazo y toqué a la puerta tres veces seguidas.

Estando un poco inquieto por lo que se aproximaba, esperé por alguna respuesta impacientemente y, con mi mano libre y metida dentro del bolsillo de la bata, comencé a crear un sonido inexistente entre mis nudillos y la suave tela. Sabía que a Léonard no le gustaba que fuésemos irrespetuosos y nos adentráramos a su oficina como si nada, —aunque él fuese el primero de la lista en ese lugar en hacerlo y luego quejarse porque no cumplíamos con sus reglas— traté de seguir sus palabras al pie de la letra y así no recibir un estúpido regaño. Ya que, al ser el director de edificio, podía hacer lo que se le viniera en gana; él era el rey y nosotros sus idiotas peones que querían mantener las cosas calmadas.

— ¡Pase!— gruñó, desde dentro.

Sin esperar más, abrí la puerta y me adentré en su oficina.

Mi ceño se frunció al encontrar todo el espacio irreconocible; papeles y carpetas esparcidas por todo el suelo, las dos sillas que, en un día normal se verían de pie, se encontraban horizontalmente contra la pared, las cosas de su escritorio permanecían tiradas a un lado, la lámpara parpadeaba a punto de apagarse y el marco, donde anteriormente había una fotografía de él junto a su esposa, estaba destrozado a un costado de ésta. Lo único que se mantenía en su lugar era el sillón de cuero perfectamente acomodado detrás del mueble de madera, ya que arriba de él estaba el cuerpo, un tanto ebrio, de mi jefe.

— ¿Interrumpo?— pregunté.

— No, nada de eso.— dejó el vaso de lo que creí whisky sobre el escritorio y me miró.— ¿Qué quieres?

Tal vez no era momento indicado de decirlo, pero no iba a detenerme solo por verlo de esa manera.

— Quería saber si hay alguna novedad sobre el caso de Cabrera.— solté sin más.

Él bufó y rodó los ojos en cuanto terminé.

Esa actitud de indiferencia me sorprendió aún más. Me había acostumbrado a que, cada vez que la mencionaba, una sonrisa perversa se le instalara en sus labios, y no se iba hasta minutos después. Pero eso no pasó ese día, parecía que ya no le gustaba su inquilina más preciada y aquello, en cierta medida, me alegró.

¿Qué había sucedido para que cambiara de la noche a la mañana?

Aunque, a decir verdad, no me importaba; de hecho estaba agradecido de que le molestara, tanto así que podría sonreír. Eso solo era señal de que ya no intentaría propasarse con ella.

— Ha mejorado, Ed me comentó que la ve mucho más normal. Habla más, incluso lo llama por su nombre.— me comunicó.

Eso era una gran noticia.

Habían pasado casi dos semanas desde la última vez que la vi, si era que le podía decir así; esa vez solo tuve tiempo de verla cerrar los ojos debido al sedante. Pero me había conformado con escuchar mi nombre saliendo de sus bonitos labios antes de dormirse, y todavía más después de saber que había golpeado a Campos.

Ese recuerdo permanecía fresco en mi memoria.

— ¿Tú no has estado con ella?— quise saber para quitarme por completo la duda.

— La vi hace unos días, terminó gritándome y echándome de su...— se quedó callado al darse cuenta de que estaba hablando de más.

— ¿De su?— le alenté a continuar.

— De su habitación.— terminó de decir y los tendones de mi mandíbula se presionaron.

Quizá, si mi empleo no dependiera de ese hombre, le hubiese gritado las mil y una al saber que había hecho tal cosa. Se suponía que la segunda regla del psiquiátrico era no entrar en los cuartos de los pacientes; que los guardias se encargarían de cuidar su salud y bienestar dentro de esas cuatro paredes, y que ellos mismos sacarían a las personas que nosotros les pidiéramos y así evitar cualquier contacto que pudiera verse poco ético. Pero allí estaba el director de la construcción, admitiendo que había incumplido una de sus normas.

El emperador siempre haciendo lo que se le viniera en gusto y gana.

— ¿Es por eso que estás bebiendo?— sabía que esa pregunta le molestaría, aun así no me quedaría callado.

— ¿En serio crees que es por ella?— me encogí de hombros. No lo creía, estaba seguro— Tengo problemas en mi casa, no tiene nada que ver con el trabajo.

Asentí levemente.

Más le valía estar cerca de su casa y lejos de Alejandra.

Tenía una hermosa mujer esperándolo y soportándolo todos los días; haciéndole sus comidas y lavando su ropa, dándole su amor incondicional solo para recibir infidelidad. Mientras que ella lo esperaba para dormir, ese hombre solo podía pensar en cómo seguir dañando mental y físicamente a sus pacientes. Y quizá pudo haber ayudado a que algunas personas lograran salir adelante con sus trastornos, pero si se trataba de mujeres indefensas, Léonard era el león atacando a la gacela.

— Espero que esté todo bien con la señora Ferrer.— deseé, sabiendo que lo único que podría mantener al margen y detener cualquier expansión de su perversidad era su esposa.

— Sí, no lo sé...— largó un interminable suspiro antes de erguirse, tomar el vaso y darle un sorbo a su bebida— Me ha pedido el divorcio.

Alcé mis cejas.

Vaya sorpresa.

Me hubiese esperado cualquier cosa menos esto, ¿Al fin la mujer había abierto los ojos y se había dado cuenta de cómo eran las cosas? Estaba sorprendido, pero me alegraba de que la señora hubiera tomado la correcta y sabia decisión de separarse.

No podía recordar con exactitud cuántos años llevaba Léonard por el mal camino, ni siquiera los dedos de mis manos me alcanzaban para contar las tantas acusaciones que había recibido, el descubrir que prontamente sería un hombre soltero me llenaba de incertidumbre. ¿Quién lo pararía entonces?

Podía estar contento con que la mujer fuera libre, pero eso solo les traería más problemas a las huéspedes del edificio, y Alejandra estaba entre ellas.

— ¿Le ha dicho por qué tomó esa resolución?— indagué, cruzándome de brazos.

— Se deja llevar por los comentarios que salen de aquí...— elevó su dedo índice e hizo un círculo en el aire refiriéndose al psiquiátrico— Durante años le he dejado en claro que cada una de esas palabras son viles mentiras que los envidiosos dicen solo para fastidiarme la vida.

Ahogué una carcajada burlona.

Se había olvidado por completo que conmigo no tenía que fingir ser alguien que no era.

Conocía a la perfección su manía de querer interactuar con las pacientes de una forma inusual y poco profesional; había memorizado todas las veces en las que las miraba y les acariciaba los brazos o parte de sus espaldas, queriéndose ver amistoso cuando, en los rostros de ellas, solo se podía distinguir el miedo y el nerviosismo que su tacto y cercanía les provocaba.

El escucharlo decir tantas estupideces y mentiras solo me daban ganas de salir a buscar a su esposa y felicitarla por tomar la mejor ruta de su vida... alejarse y abandonarlo como el maldito perro que era.

— Hemos trabajado juntos desde hace años, Víktor.— siguió hablando cuando no recibió respuesta de mi parte— Sabes que soy muy detallista y amable, que me gusta mucho atender a las personas como se merecen.

No sabía que las mujeres se merecían ser manoseadas y acorraladas solo porque así era su parecer, tampoco que, aunque ellas se negaran y ese acto fuera en contra de su voluntad, debían de aceptarlo únicamente porque así era la manera que Léonard tenía para demostrar lo meticuloso y complaciente que era con sus inquilinas.

Palabras sin sentido era lo que salía de su mugrosa boca.

— Lo sabes, ¿Verdad?— preguntó un tanto nervioso— Me has visto, sabes cómo manejo las cosas.

— Claro que lo sé.— contesté, aunque mi respuesta fuera todo lo contrario a lo que él esperaba. Por supuesto que, al ser tan imbécil, no lo notaría y pensaría que creía en su labia incesante.

— ¿Crees que podrías hablar con ella y explicarle que nada es como lo pintan? Si te soy sincero, no quiero perderla.— confesó, y eso no me gustó para nada.

¿Quería que hiciera qué?

Estaba loco, o su estupidez había llegado muy lejos como para que tuviera ese absurdo pensamiento de que le hablaría a su esposa para que su matrimonio no terminara.

Jamás en mi maldita vida me mentiría en asuntos como esos, mucho menos sabiendo la clase de persona que era Léonard. Me importaba un carajo si se divorciaba o no, si al estar solo mantenía su comportamiento indecente, ya encontraría alguna manera de salvar a quien fueran sus víctimas, pero me mantendría alejado de su tema familiar. Primero; porque no era cosa mía, y segundo; porque no sabría como, al verle la cara a esa mujer, mentirle y decirle que su supuesto esposo era el ser más bondadoso que hubiera existido y que estaría cometiendo un error al dejarlo.

— Bueno, yo...— ni siquiera sabía por donde empezar.

— No recuerdo si la conoces o no.— me interrumpió— Debería de presentártela, elije un día en que puedas ir a cenar a mi casa,— propuso, como si hubiese aceptado su petición— Puedes llevar a tu esposa.— se detuvo, pensando— ¿Estás casado? No te he visto un anillo o marca de alguno.— dijo, observando mis dedos.

¿Tenía que contarle mi historia? ¿En serio?

Él no era mi amigo como para tenerle la confianza de contarle algo tan importante como lo era ese tema, ni aunque me pagara millones de dólares le mencionaría cosas de mi vida privada. No estaba en mis planes confesarme ante ese hombre; no le diría nada de mi pareja, ni mucho menos le platicaría sobre mi pasado en el orfanato porque eran asuntos personales que a él no le importaban realmente. Solo buscaba saber cosas que luego usaría a su favor, quería tener esa charla con la única intensión de que yo aceptara ir a su casa, conocer a su esposa y ayudarlo para que ella permaneciera a su lado.

Maldito oportunista.

Lo malo para él era que no caería en su estúpido juego de fingir que nos teníamos aprecio para terminar haciendo actos benevolentes que verdaderamente solo le darían provecho a una de tres personas, ¿Qué ganaba yo al presentarme en su hogar? Nada. ¿Qué beneficio le traería a la señora Ferrer continuar con un matrimonio mas que destruido? Ninguno, solo sufrimiento y más días soportando a un idiota.

Por esas razones, y algunas otras, no haría lo que él me pedía, ni mucho menos le hablaría de cosas que no le incumbían.

Me aclaré la garganta, pidiendo hallar una buena respuesta rápido, y así evitar mostrarme tan insensible. Si Léonard quería salvar su relación que le pidiera ayuda a alguien más porque yo no estaba disponible.

— Eh, yo...

— No te preocupes, no me debes explicaciones.— volvió a cortarme— Seguramente estás en pareja pero todavía no se han casado, es normal.

Bien, al menos no insistiría sobre ese asunto.

Un problema menos, solo quedaba aclarar que no iría a cenar y que mi deseo más profundo era que su esposa pudiera divorciarse de él, que le quitara todo los bienes y que lo dejara en bancarrota por el daño que había causado a lo largo de todos esos años. Por supuesto que me guardaría y no le diría lo que pensaba ya que si lo hacia me vería como a un enemigo que quería perjudicarlo y eso sería un problema para mí.

— Me ayudaras, ¿Verdad?— indagó un tanto desesperado.

Cerré mis párpados con fuerza antes de abrirlos y dedicarme únicamente a fulminarlo con la mirada.

Jamás le ayudaría a hacer algo así. Jamás le mentiría tan descaradamente a una mujer buena y cariñosa.

Estaba a punto de responderle cuando Ed se colocó a mi lado. Ni siquiera lo había oído llegar supuse que, una vez más, había incumplido la regla de no entrar a las oficinas sin presentarse primero. Pero eso era algo habitual en Lockwell, seguir las normas no era algo suyo sinceramente.

Nos miramos de reojo por unos segundos sin intenciones de saludarnos, después de todo, no nos llevábamos bien y si nos poníamos a charlar solo terminaríamos en una discusión innecesaria.

— ¿Hubo un terremoto y no me enteré?— bromeó, observando el desastre que nos rodeaba.

Nuestro jefe bufó antes de dejar una vez más el vaso casi vacío sobre el escritorio, y luego habló:

— Es que eres tan idiota que no te enteras de nada.— y su burla le rebotó, ridiculizándolo y haciendo que se ruborizara— ¿Qué haces aquí? ¿No deberías de estar con Cabrera?— oír su apellido despertó todos mis sentidos.

Aunque Léonard me había contado sobre su progreso, necesitaba más explicaciones.
En la última recaída les había costado semanas tratar de calmarla y, unos días después, comenzaba a hablar como si nada antes de regresar a su alucinación. Parecía incapaz de reaccionar en cuanto le contaban sobre su vida dentro del psiquiátrico, estaba tan convencida de que le estaban mintiendo que nada le hacia cambiar de idea. Para Alejandra, su vida real estaba en su cabeza y, lo que sucedía de verdad, solo era parte de una broma muy pesada que hacíamos en su contra.

Por ello se había decidido que, en esa ocasión, dejaríamos que ella descubriera por completo su triste pasado por su cuenta y que, cuando lo hiciera, ella misma nos dijera y así retomar el tema de ayudarla. Ya no volveríamos a cometer los mismos errores, si no habían funcionado anteriormente tampoco lo harían en ese momento.

— Sí, de hecho estaba de camino.— comentó, observándome de nuevo.— Matt la está cuidando.

— ¿Y qué estás esperando para hacerle compañía?— en aquel día, el fastidio era notorio en Ferrer.

— Necesito hablar contigo primero.

— Bien, entonces empieza.

— Los dejaré solos.— les informé, no quería saber sobre lo que platicarían. Había algo más importante que tenía que hacer en vez de escuchar a dos idiotas.— Y Léonard...— lo llamé— Espero que resuelvas tus problemas.

Y con eso quería dejarle en claro que su invitación a cenar había sido cordialmente rechazada.

— Gracias Víktor, nos vemos luego.

Asentí dando media vuelta, no muy convencido de que hubiera descifrado mis palabras.

Cerré la puerta al salir para darles más privacidad y avancé a toda velocidad hacia el ascensor oprimiendo el botón que poseía el número 2 sobre él.

Dentro de ese pequeño espacio, la emoción e incertidumbre de qué ocurría luego comenzó a danzar en mis entrañas. Era tan intenso que, una vez que estuve en la planta solicitada, ni siquiera me molesté en esperar hasta que las puertas metálicas se abrieran por completo; en cuanto estuvieron a mitad de su curso habitual, salí despavorido atravesando senderos y tratando de no chocar contra algún colega hasta llegar a mi oficina.

Una vez allí, tomé el historial que necesitaba, y volví a caminar por el pasillo. Para lo que tenía pensando hacer contaba con poco tiempo, así que cada segundo marcaba la diferencia. Al llegar a una de las esquinas, me detuve y respiré profundamente para tranquilizarme. Estaba muy nervioso, inquieto y ansioso. Ni siquiera sabía con exactitud qué sucedía dentro de mí.

Lo único que tenía en claro era que, después de días, por fin la volvería a ver.

¿Por qué no la había visto antes? Fácil, no me lo permitían. Entre Léonard y Ed me había resaltado con color fosforescente la frase de que me tenía que mantener lejos de ella; la razón era porque, en su fantasía, yo era quien le contaba sobre sueños extraños y eso acarreaba a que la tan aclamada silueta apareciera y acaba con su vida perfecta. Debido a ese hecho, Alejandra terminó odiándome y, aunque tarde o temprano ella entendería que nada de eso había sido real, no querían correr el riego de que por mi culpa su recuperación tardara más o que retrocediera a tal punto de no haber retorno.

Ser condenado por un delito que no había cometido, ser señalado por algo en lo que no tuve nada que ver, era demasiado indignante. Por eso, en ese momento, estaba por acabar con esa injusticia.

Di unos pasos más y me coloqué en frente de la puerta de la sala 3, cerré mis ojos y flexioné mis dedos formando puños antes de relajar mi mano y soltar toda la tensión con esa acción. Si quería continuar tenía que controlarme y relajarme un poco, entrar con tanta adrenalina corriendo por mis venas solo traería complicaciones.

Estiré mi brazo hasta que mi palma tocó en su totalidad la perilla metálica que adornaba la madera, estaba a punto de girarla cuando una mano áspera me detuvo. Con enojo miré al dueño de esa extremidad que, en ese instante, me hubiese gustado cortar.

— ¿Qué haces aquí?— indagó el guardia.

Campos. Campos. Campos.

Jodido idiota entrometido de mierda.

— ¿No lo ves? Voy a ver a la paciente.— le expliqué lo obvio, volviendo a hacer presión pero, una vez más, me impidió avanzar.

Gruñí por lo bajo.

Después de la conversación con Léonard, no estaba de humor para aguantar tanta estupidez de su parte. Por su bien, le convenía no seguir metiéndose en asuntos que no le correspondían.

— Sabes que eso es imposible. Ed...

— Me importa un carajo.— lo interrumpí— Entraré y ni tú, ni nadie lo evitará.

Sonreí cuando noté que la mandíbula de Matt se tensaba. Sin duda, eso fue un gran espectáculo para mí.

Sin esperar respuesta, abrí la puerta y pasé.

Hacia tiempo que no entraba en esa sala que ni siquiera recordaba los grandes ventanales que, en aquella oportunidad, dejaban entrar la radiante claridad de fuera, dándole a Alejandra un aura angelical y pacífica. Ella se encontraba sentada en la silla que quedaba frente a la entrada, su mirada estaba clavada en sus manos que se mantenían entrelazadas sobre la mesa metálica.

Perfecto.

Cabrera posó sus ojos sobre mí en cuanto la puerta se cerró, y sentí mis piernas flaquear al percibir la inmensa intensidad que rondaba por todo el espacio. Me gustaba ver su cabello castaño atado en una coleta de caballo, dejándome ver su rostro por completo, a pesar de estar algo pálida, aún conservaba la belleza de antes, sin mencionar sus ojos tan oscuros como la misma noche que hacían contraste con su cutis blanco. Me deleité observando su delgado cuerpo siendo cubierto por la tela azulada del overol y luego me perdí en sus pomposos labios entreabiertos, estaba sorprendida. Al parecer le había impresionado mi llegada, tanto así que inmediatamente ocultó sus manos por debajo de la mesa y desvió la mirada.

Fruncí el ceño. ¿Se había acostumbrado tanto a platicar solo con Ed que, si entraba cualquier otra persona, se ponía nerviosa? ¿No me quería cerca? ¿Acaso mi aparición causaría complicación en su recuperación? Eso me hizo dudar respecto a lo que estaba a punto de hacer, ¿Todavía me recordaba? ¿Continuaba odiándome? ¿Si le hablaba, me gritaría? ¿Seguía culpándome?

Habían tantas cosas que me hacían cuestionar sobre mi decisión de ir a verla que me estaba preocupando por su futura reacción.

Tomé una gran bocanada de aire antes de caminar y sentarme frente a ella. Alejandra continuaba sin mirarme y eso me decepcionó; esperaba que, como mínimo, me dejara apreciar su bonito rostro por unos segundos más. En un patético intento por llamar su atención, me removí en mi silla pero ni siquiera eso funcionó, y eso me frustró un poco más. Maldiciendo por lo bajo y recordando que no contaba con mucho tiempo, abrí el historial médico y busqué en la página principal lo que necesitaba.

Dejé a un lado el bolígrafo que venía unido al documento y comencé a leer:

— Alejandra Cabrera, 30 años de edad. Ingresada el 5 de abril del 2019...— seguí leyendo y ni ese detalle pareció importarle— Tuviste una hija.

Solo eso bastó para tener todo su interés puesto en mí y lo quería así, aunque no me había ido tan bien como lo pensaba. Boqueó un par de veces y miró detrás de mí, queriendo hallar la ayuda que en realidad se encontraba del otro lado de la puerta. Estábamos solos en esa sala y ella no lo quería así, me consideraba un desconocido y supuse que su mente le decía que podía ser peligroso estar conmigo.

— Lo perdiste todo cuando Amara se fue.— admití, con mi corazón latiendo desbocadamente.— Ese trágico accidente te dejó sin nada.

Noté como sus pupilas se dilataban abruptamente, y eso me dio la señal de alto... una que había aparecido demasiado rápido a comparación con las veces pasadas en las que había tenido la oportunidad de estar presente cuando su trastorno de personalidad iniciaba.

— Tú, ¿Qué haces aquí?— bramó— Todo esto es tu culpa, maldito.

Bien, el rencor seguía intacto, y llegó en el peor momento.

Quería hablar con ella, pero no así. No cuando solo veía desprecio en su mirar, no cuando ni siquiera podía intentar ser su amigo...

Y, a pesar de las dificultades, continuaría por ese camino lastimero. Había ido a charlar y eso haría, costara lo que costara, hiriera lo que hiriera. Y, aunque en el fondo pidiera que su personalidad cambiara, sabía que si deseaba permanecer con su bella compañía por unos minutos más debía de tragar saliva y aguantarme el ardor que su odio provocaba en mi pecho.

Todo por escuchar su voz... por verla y saber que estaba bien.

— ¿Qué tal, Alejandra?— estaba inquieto pero no se lo demostraría.

Le regalé una media sonrisa y comencé a darle pequeños golpes a la mesa con mis nudillos. Esa era mi forma de calmarme, se me había hecho tanta costumbre hacerlo que sería imposible dejarlo. Con cada sonido creado la tensión iba dejando mi cuerpo y eso me favorecía, mas al tenerla a ella frente a mí.

— Lárgate...— susurró.

— Aquí el paciente no manda.

Alejandra chocó sus palmas contra el metal, estaba muy enfadada.

— ¡Deberías de ser tú el paciente! ¡El demente eres tú!

— Halt die klappe, ich bin der einzig vernünftige hier.*— le dije, rogando a que entendiera mi idioma natal.

— Ich bin nicht verrückt. ¡Bring mich hier raus, du verdemmter feigling!*— exclamó, furiosa. Su pecho subía y bajaba rápidamente con cada respiración acelerada.

Estaba a punto de contestarle, cuando noté que alguien me tomaba de la solapa de mi bata. Sin interesarme nada, me liberé del agarre y lo empujé. No lo había visto, pero no era que el verle la cara cambiaría de algo mi agresiva actitud.

— ¡Te he dicho millones de veces que no vinieras!— resopló Ed, enfurecido.

Con toda la paciencia del mundo, acomodé mi vestimenta antes de hablar:

— Y yo te he dicho que no me interesa lo que salga de tu puta boca.— le recordé, haciéndole frente.

Ya estaba agotado de su estupidez, si tenía que molerlo a golpes lo haría... me había dejado de importar muchas cosas y no me molestaría ser echado o reprendido por lastimar a un compañero.

— Eddie.— lo llamó ella.

El mencionado apretó sus dientes y el enojo chispeó en sus iris verdes.

— ¡Ed! Entiéndelo de una vez, mi nombre es Ed.— exclamó. Sabía que estaba molesto, pero eso no le daba el derecho de gritarle.

— No le hables así.— le advertí.

— ¿O qué?— quiso saber como una sonrisa socarrona en sus labios— No me puedes prohibir nada, no eres nadie en este lugar.

Había llegó a mi límite en cuanto me señaló con su dedo índice a medida que decía cada palabra.

En un movimiento rápido e improvisto, mi puño estaba chocando contra su feo rostro y, al segundo después, lo vi en el suelo limpiando la sangre que salía de su nariz. Me dedicó una extraña mirada antes de negar con la cabeza.

Inmediatamente Matt lo ayudó a ponerse de pie pero, a su vez, me ayudó a mí a no recibir un golpe. Sabía que Ed no se quedaría de brazos cruzados y que, tarde o temprano, me lo devolvería con creces.

— Víktor, mejor vete.— pidió Campos. Si claro, como si yo le haría caso a un guardia.

— Sí vete, antes de que te deje de patitas en la calle.

Una carcajada burlona salió de lo más profundo de mi garganta.

— ¿Es una amenaza?— indagué sin creerlo.

— Tómalo como quieras.— contestó, dando un paso hacia adelante— Sabes que puedo hablar con Léonard y hacer que te despida.

Estuve muy mal cuando lo tomé por el cuello y lo empujé hasta tenerlo arrinconado contra la pared más cercana. Él colocó su antebrazo sobre el mío queriendo zafarse del agarre que mantenía presionado su garganta, pero falló en el intento.

Sí, quizá estuve muy mal, pero él se lo buscó.

¿Decirme que me echarían sin recibir un castigo por ello? ¿Insinuar que era superior y que Ferrer haría lo que él dijera? Eso era algo que no lo permitiría, jamás me dejaría pisotear por nadie. Si no lo había hecho cuando era un niño que no tenía nada, no lo haría cuando era alguien con una gran responsabilidad sobre mis hombros.

Ed me había sacado de mis casillas y, aunque mi trabajo estuviera en juego, no me importó. Sabía que por ese acto tendría represalias, pero valió la pena cada segundo.

Ver como trataba de empujarme, mientras que Matt intentaba alejarme para que no lo matara con mis propias manos, fue algo estupendo. No era agresivo, pero ese día había sido la excepción.

Aún podía sentir la adrenalina correr por mi cuerpo, todavía podía notar el odio brotando por mis poros entretanto continuaba con su labor de ser libre.

— Víktor, suéltalo.— exigió Campos.

— Espero que con esto entiendas que no me mandas, Eddie.— murmuré, burlándome del diminutivo, mientras que aflojaba el agarre.— Y tú...— miré a quien intentaba detenerme— Mejor limítate a ser tu puto trabajo y no me vuelvas a tocar.

Con brusquedad, me aparté de ellos y caminé hasta la mesa. Alejandra aún seguía sentada mirando con sorpresa el espectáculo que se había armado frente a ella, sus manos se volvían a encontrar debajo del mueble.

Tomé su historial, la miré y sonreí. Sus pupilas ya no estaban dilatadas, y eso me tranquilizó.

— No veremos pronto.— le informé, guiñándole un ojo a lo que ella solo se ruborizó e intentó esconderlo.— Me agradó hablar contigo, meine verrücktheit.*

Sin esperar más, salí de esa sala.

Sabía que Ed se lo contaría todo a Léonard y, aunque no hubiese sido la gran cosa, yo estaba dispuesto a recibir cualquier condena por mis actos cometidos. Porque, a pesar de todo, ella valía la pena.

Yo era capaz de ir hasta el fin del mundo con tal de verla feliz.

* Halt die klappe, ich bin der einzig vernünftige hier: Cállate, soy el único sensato aquí.

* Ich bin nicht verrückt. ¡Bring mich hier raus, du verdemmter feigling!: No estoy loca. ¡Sácame de aquí, maldito cobarde!

*Meine verrücktheit: Mi locura.

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